miércoles, 4 de mayo de 2011

Yo soy libre, tú eres libre

Discurso acerca de la libertad de expresión redactado para un trabajo de clase.

En los medios, en los libros, en la clase, en la calle… está presente algo de lo que todos hemos oído hablar alguna vez: libertad de expresión. Es un concepto relativamente nuevo, recogido en la Declaración de los Derechos Humanos. Pero, ¿qué es realmente? ¿Consiste en expresar cualquier idea? ¿Tiene límites? Habría que reflexionar mucho sobre ello, como lo han hecho tantas personas anteriormente. Porque la complicación de la libertad de expresión es la misma que la de la libertad a secas: la tuya termina donde empieza la del otro.

Esto en la teoría es algo eminentemente conocido. Cualquier persona civilizada hoy en día aboga por una libertad de expresión acerca de todo y para todos. Pero en la práctica… ahí comienza lo difícil. ¿Qué es lícito decir y qué no lo es? Se considera que debe callarse aquello que ocasione daño a otros, midiéndolo según el alcance, la duración y el valor social del discurso, la facilidad con que se puede evitar, los motivos del orador, el número de personas ofendidas, la intensidad de la ofensa, y el interés general de la sociedad. Pero se corre el riesgo de no saber sopesar estos daños, tanto por exceso como por omisión. Y esto, suponiendo que se sigan a rajatabla las anteriores directrices.
En la práctica, las cosas no son fáciles. Hay alguien que está al mando, por supuesto, y poco o mucho, los intereses de ese alguien influirán en la libertad de expresión. Mirando hacia las altas esferas, los medios de comunicación de masas, podemos contemplar un ejemplo muy claro. Cadenas de televisión politizadas por el gobierno y la oposición, periódicos partidistas… son el pan de cada día para todos. Pero, eso sí, si a la multinacional de turno no le interesa que algo salga publicado, no saldrá.

Hay algo que ha revolucionado la libertad de expresión: internet. Uno de los mayores avances en la comunicación. De pronto, la gente de a pie tiene el poder de publicar sus ideas, sin censura, y de hacerlas llegar a cualquier rincón del mundo. Por supuesto, también tiene limitaciones: no todos tienen acceso a esta red. Pero aun así, es un gran paso, y alimenta la esperanza de que algún día se pueda contar con medios alternativos, sin vetos y lo más veraces posibles.

Pero no hay que subir tan alto para hablar de la libertad de expresión. En la calle, hace falta un poco más de comprensión. Me explico; pedimos libertad para todos, pero sólo damos libertad a quien piensa como nosotros o similar. A quien tiene ideas socialmente aceptadas por la mayoría; o por la mayoría de la comunidad del lugar, por lo menos. Y esto es un gran fallo. Hasta que no aprendamos que cada uno es libre de pensar y opinar lo que crea conveniente, no habrá libertad de expresión. Por supuesto que hay límites, y estos límites están precisamente en la anteriormente citada Declaración de los Derechos Humanos. Si violas algún derecho, si dañas a alguien en mayor o menor medida, pierdes el derecho a ser escuchado. Y todos sabemos a lo que me refiero con dañar, que no es precisamente denunciar a un político corrupto o destapar una red de espionaje. Dañar es privar a los otros de sus derechos. Así de simple.

Y así volvemos al principio, a la complicación de respetar la libertad de expresión. No es fácil respetar algo que va en contra de tus intereses, o una opinión que tú juzgues equivocada. Pero nadie dijo que fuese fácil. Nadie ha dicho que tengas que callar tus opiniones, sencillamente tienes que dejar a los demás tener las suyas. Y todos y cada uno de nosotros, especialmente los que pretendemos trabajar en los medios de comunicación, hemos de construir una información libre, sin censuras por el interés. Luchar por una libertad de prensa fundamental, como informadores y como espectadores que somos. Porque el saber hace más difícil la manipulación, y todas las personas se merecen esa ventaja. Porque nos da libertad, y la libertad siempre ha sido y será uno de los principales derechos del ser humano.


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