viernes, 13 de noviembre de 2009

El fin del mundo

Sebastian se despertó en su habitación, y como todas las mañanas, encendió la televisión.
Desde el aparato, una presentadora frenética anunciaba un desastre inminente. Despejándose de golpe, Sebastian prestó atención a lo que decía la mujer, pero no consiguió captar mucho más... algo sobre una ola de calor abrasador que arrasaría la superficie de la tierra. Desesperado, vio como la emisión se cortaba dejando unas letras sobre un fondo azul que recomendaban mantenerse en casa hasta nuevo aviso.
Él sacudió la cabeza incrédulo... ¿El fin del mundo...?
Todavía su cabeza no había terminado de procesar la información cuando oyó gritos y ruidos de cristales rotos al otro lado de la persiana. Cada vez más nervioso, iba directo a abrirla cuando sonó el teléfono de la mesilla, haciéndole saltar y golpearse la espinilla contra la esquina de la cama.
Sebastián cogió el teléfono mientras maldecía por lo bajo, frotándose la pierna.
- Sebas, ¿eres tu, no?
Era uno de sus mejores amigos, que le llamaba angustiado.
- ¡Juan! ¿Qué ha pasado? ¡He oido...!
- ¡Menos mal que te has quedado en casa!- Le interrumpió Juan aliviado- ¿Has visto la televisión?
- ¡¡Sí, algo he oído!! ¡¿Sabes tú que pasa?! ¡La gente está gritando en la calle...!
- Sí es verdad, escucha, Sebas - De pronto Juan parecía a punto de llorar- Sólo quería decirte que ha sido un placer ser tu amigo...
- ¡¿Estas loco?!
- Sebas, vamos a morir todos... ¿No lo entiendes? Haz lo que tengas que hacer y sientaté a la espera de la ola de fuego
- Pero... Juan... ¡¡Juan!!
Al otro lado de la línea sólo se oía un pitido continuo.
Soltando una palabrota, Sebastián colgó el auricular y se sentó en la cama con la cabeza entre las piernas. Al poco rato se empezaron a oir sus sollozos.
- ¡Lo sabía!- Dijo en voz alta - ¡Sabía que esta vez mi sueño sería cierto!
Todos se habían reído cuando les dijo que pronto ocurriría algo terrible, pero ahí estaba la prueba de que su premonición iba a resultar realidad.
De repente se incorporó. Aunque caían lágrimas por sus mejillas, sus ojos estaban secos. No pensaba esperar a la llegada de la muerte, su premonición no iba a ganarle.
Sin pensarselo mucho, abrió el cajón de su mesilla y cogió una pequeña cuchilla que utilizó para hacerse un corte profundo en la muñeca.
Creyó notar que el calor de la estancia aumentaba, por lo que para acelerar el proceso, abrió un armario del que sacó una botella de ron llena hasta la mitad y la vació de unos pocos tragos.
Borracho y desangrándose, se tumbó de lado en la cama, procurando no pensar en nada.
Se fue adormeciendo lentamente y por eso creyó que eran fruto de un delirio las voces y risas que oyó tras la puerta de su habitación.
A punto de caer a la mortal inconsciencia, se fijó que la televisión se había apagado, y que había una cinta de video saliendo de la ranura.
Lo que no le dio tiempo a ver es cómo se abría la puerta y entraban un par de amigos suyos riéndose.
Lo que no le dio tiempo a ver es cómo iban hacia la ventana, sin ver su cuerpo, subían la persiana, y quitaban una grabadora del alféizar.
No vió cómo se giraban y palidecían al ver su cuerpo desangrado en la cama.
Y no oyó cómo Juan, con la cara demudada, decía sin saber muy bien a quién:
- Pero... ¡si sólo era una broma...!

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