lunes, 5 de septiembre de 2016

Correr fantasmas

Ocurrió justo en el momento en el que dejaba de sentir las piernas. Ahí, tras haber aguantado el sabor metálico en la boca lo que se le antojó una eternidad, mientras se iba prendiendo fuego en sus pulmones y su corazón se desbocaba. Fue en ese preciso instante.

El sonido sordo de sus pisadas contra el suelo quedaba ahogado por la respiración, cada vez más agónica pese a los esfuerzos por controlarla; uno, dos, uno dos... cualquiera creería mentira que se hubiera metido ahí por voluntad propia. Casi podía notar la sangre circular cálida, enfebrecida, tratando de llevar un poco de oxígeno a sus agotados músculos. Y gotas de sudor salado se deslizaban, ajenas a todo, hasta la comisura de sus labios.

Casi podía oler la meta, casi podía verla, mierda, ¡estaba ahí mismo! Lo sentía aunque estaba ciega, sorda, envuelta en un manto de cansancio que nublaba el mundo exterior.

"No pienses, tu corre".

Y entonces algo se rompió.

Un torrente de adrenalina encendió hasta el último nervio de su cuerpo, la piel de gallina, los pelos de punta, los ojos húmedos de pasión pura. Aún sabiendo que no era bueno, aún sabiendo que no debía, corrió. Corrió y corrió, ya con las lágrimas y el sudor fusionándose. No sentía nada y a la vez lo sentía todo, reía, lloraba, existía. Todo era tangible y real. Era un infierno, pero era su propio infierno, hecho a medida.

Volaba viendo pasar los metros, los kilómetros, estaba por encima de todos ellos. Se sentía eufórica, plena, y aterrada. Tan fuerte era su alegría como su pánico, las piernas no pueden moverse tan deprisa, pensaba fascinada, las notaba incandescentes, como si se fuesen a fundir de un momento a otro. O a estallar en mil pedazos al contacto con el asfalto; notaba la sacudida del impulso que la llevaba hacia delante, hacia delante, un poco más, venga, un poco más...

Su cuerpo se dobló con violencia mientras caía de rodillas. Notaba la bilis subir por la garganta y el estómago convulsionándose. No, no, no, no... sí. Comenzó a toser y a toser, no salía nada, había algo retorciéndose dentro de su cuerpo, algo que tenía que expulsar. Venga, vamos, hazlo ya.

Se llevó las manos a la boca y vomitó, pero al retirarlas lo único que encontró fue un gordo y feo gusano, que soltó echándose hacia atrás. Una nueva arcada hizo que se inclinase otra vez, con los ojos cerrados esperando a que acabase lo antes posible, y en el suelo cayeron todo tipo de alimañas; polillas, escarabajos, ratones y culebras danzaban frente a su pálido rostro, huyendo hacia quién sabe dónde, mientras ella lloraba rogando en silencio que parase. Con el estómago contraído y los brazos temblorosos, por fin el ataque pareció remitir.

Dos manos se posaron en sus hombros, haciendo que levantase la vista; apenas podía fijarla en quien estaba enfrente.
- ¿Otra vez has comido fantasmas?
Muda, asintió. Un suspiro.
- No deberías hacerlo. Ya sabes que se te indigestan.

Aún tiritando, miró hacia arriba. Sin darse cuenta, había cruzado la meta.

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