martes, 21 de enero de 2014

"Romance" de un mundo feo.

   El mundo era feo, y ella lo sabía. Lo sabía mejor que los demás, desgraciadamente. Mejor que el intento de ser humano con seis ojos que estaba sentado delante de ella. Seis ojos podrían haber sido más que suficiente para entrar en la categoría de Los Que Ven, pero saltaba a la vista que los de ese... esa... persona no eran funcionales, estaban velados por una telilla amarilla y tenían formas poco convencionales. Probablemente sería de Los Que Escuchan, por los dos orificios de los lados de su cabeza, coronados por pequeños pabellones auditivos que se movían en dirección al sonido. No era tan raro, había quien tenía un sónar.

   Era feo el mundo, sí. Lo sabía bien; mejor que esa mujer de espaldas informes y dos cabezas, probablemente una de ellas vestigial, aunque no sería fácil tarea tratar de distinguir cuál de las dos. Era admirable que viviera. Normalmente, los que habían mutado hasta el punto de desarrollar tales malformaciones no lo hacían. 
Que estuviera viva indicaba una cosa: era mujer y fértil. De lo contrario, habría sido expulsada nada más salir del vientre del engendro que tuviera por madre. En un tiempo se trató de hacer una selección genética, aceptando solo bebés no mutados o con mutaciones menores. Hasta que dejaron de nacer. Hasta que la humanidad rozó su propia extinción. Cada vez se fue ampliando el rango de aceptación hasta llegar al actual: hombre viable, independiente y fértil; mujer fértil; incluso se estaba considerando aceptar también hombres que no pudieran valerse por sí mismos, solamente hasta la madurez sexual.

   ¿Duro? No mucho. Tras la Última Guerra, nada parecía duro, aún habiendo transcurrido diez generaciones de ésta. Abandonar a los Mutados (curioso nombre en un mundo en que todos eran mutantes) era humano. Eran despojos estériles que no podrían dar a la especie lo único que ésta precisaba: el preciado bien de la reproducción. La esperanza que, con el tiempo, sobreviviera más de uno de cada cien críos, siendo optimista. Que los malos genes se diluirían y que dejarían atrás el pánico primitivo a la desaparición completa. Que el mundo dejaría de ser feo.

   Al desaparecer los países, hundirse las tierras y crecer montañas donde antaño había mares, la clasificación de las personas había debido cambiar también, quedándose reducida a tres grupos: Los Que Ven, Los Que Escuchan y Los Que Tienen Garras. También los Mutados, claro, pero éstos no eran personas. A Los Que Ven y Los Que Oyen les daban miedo Los Que Tienen Garras. No muy inteligentes en general, pero muy violentos, hacían la función controladora y represora del grupo. No todos tenían garras, algunos tenían dientes. Otros, solo colmillos. Todos ellos vivían aparte para evitar los "accidentes". Ella nunca había llegado a comprender las razones por las que estaban ahí, donde podían descontrolarse y causar daños. El matar a propósito a otro ser humano era impensable, eran demasiado pocos; pero siempre disculpaban a Los Que Tienen Garras cuando un "accidente" ocurría.

   El mundo era feo y era gris. Ella lo sabía mejor que los otros de Los Que Ven, porque si había alguien que Viera era ella. Había sido declarada oficialmente la que tenía el ADN más sano de toda su comunidad. Casi parecía una chica como las de las antiguas fotografías. Su única mutación conocida era su condena. Tenía un ojo en mitad de la frente, un ojo que siempre mantenía cerrado y vendado. Porque veía. Veía lo que nadie más era capaz de ver. Lo que fue el mundo, lo que era y lo que podría haber sido. Veía las corrientes de energía escaparse de sus ciclos originales, grotescamente retorcidas. La corrupción real de todo lo que había conseguido sobrevivir. La estela de lo que un día llenó el mundo: verdes brillantes en lugar de grisáceos, flores coloridas y fragantes en lugar de malolientes y carnosos capullos, animales maravillosos en vez de seres repulsivos y venenosos que se arrastraban por su propia supervivencia. El sol brillante y cálido, el cielo azul, ¡árboles!... el ser humano no había sido la única víctima de la Última Guerra. Y aunque la vida seguía adelante y algunos de los demás seres vivos habían logrado hábiles adaptaciones al medio, el mundo era feo. Oh sí, era terriblemente feo. Y seguiría siéndolo.

   En un mes, ella iba a cumplir los 16 años: edad de procreación obligatoria. Ya cumplía con las cuotas de coitos anuales desde que comenzó a menstruar, pero en un mes acabaría el tiempo de gracia y sería obligada a concebir y gestar un ser humano. Había grandes esperanzas puestas en su futura progenie. 
Pero había un problema. El problema que iba a hacer que dejase la relativa seguridad de la comunidad para salir Fuera, probablemente a morir a manos de un Mutado inestable o en una de las numerosísimas zonas muertas, o comida por algún bicho. El problema era que ella sabía que no había esperanza, así que no generaría vida. No en un mundo así.

Por eso se largaba. Bajo ninguna circunstancia daría luz a un hijo.

Se levantó del banco en el que estaba, aplastando sin querer una cucaracha que había estado intentando subir a su pierna. No había nadie vigilando la frontera de la ciudad (nadie querría marcharse y los Mutados eran arrojados lejos), y nadie le dedicó dos miradas mientras se alejaba.

Ella echó una mirada por encima del hombro, suspiró y siguió adelante con un pensamiento fijo: "Por nada del mundo..."

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