jueves, 1 de diciembre de 2011

The party is over.

Un pintalabios rojo, un esmalte a juego y una funda de lentillas encima de la mesa.
Un vestido de fiesta, un chaquetón negro y unas medias rotas encima de la silla.
Latas de cerveza vacías esparcidas por el suelo.
Las paredes desnudas y con manchas de humedad que afean el ya de por sí horrendo color blanco sucio.
Una cama de matrimonio deshecha. Un peine sobre la almohada.
Pendientes plateados, unas llaves de un coche y un collar de perlas falsas en la mesilla de noche. Una lamparita hortera.
Una chica sentada encima de la cama, con las piernas cruzadas, apoyada en el cabecero. Ropa interior negra, bonita, y el pelo teñido de rojo. Está sola.
Una pistola en su mano. Una decisión.
Un casquillo de bala en el suelo. Un agujero en la pared.
Una decisión. Una depresión.
El brillo de las farolas tras las ventanas. La luz amarillenta de la lamparilla.
Un temblor. ¿Sí o no?
Una existencia vacía. Un recuerdo atesorado. Esa niña de colegio tirada en la cama. Su pelo era rubio. Sus ilusiones intactas. Un latido.
Una respuesta. Esta vez no. Quizás a la próxima. Dejar las drogas, dejar las fiestas, dejar el juego, dejarlo todo. Huir.
Una pistola en el suelo. Una puerta que se abre. Unos pasos que se alejan. Una habitación vacía, sin abrigo, sin vestido y sin chica. Una lágrima que resbala por un rostro de muñeca. Una tímida sonrisa.
Un coche que se marcha.
El amanecer. Un nuevo día. Una nueva esperanza.

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