lunes, 3 de enero de 2011

Cuento de Navidad

El árbol estaba cansado de esperar. Año tras año, al llegar el invierno, los humanos le envolvían en adornos y brillantes luces de colores. Y pasado un tiempo se lo volvían a quitar y lo guardaban para el año siguiente.
El árbol no entendía el por qué ya que, aunque los árboles piensan muy profundamente (oh, sí, lo hacen), también tienen grandes limitaciones en su visión del mundo, y, obviamente, no consiguen captar una idea tan humana y abstracta como la Navidad.
Así que el árbol a lo largo de los años se imaginaba miles de razones por las que estos extraños humanos lo engalanaban: que era el día de su muerte, que habían nacido nuevos retoños en el bosque, o quizás que iban a emparejarlo con otro árbol.
El hecho de no poderse mover no es algo que impida a dos árboles amarse, sus sentimientos trascienden lo físico, creando lazos realmente sólidos. A pesar de la creencia popular de que los árboles no tienen sentimientos, sí que los tienen, y nuestro árbol en concreto era muy romántico (en parte por la influencia de vivir rodeado de humanos, que todo el mundo sabe que sienten más intensamente que cualquier especie).Por eso la idea del emparejamiento era la preferida del árbol.
Pero pasaban los años y su pareja no llegaba. Solo llegaban los adornos y se marchaban dejándole algunas ramas rotas y el recuerdo de su esplendor.
Como se cansó de esperar, una nochebuena hizo lo que ningún árbol jamás se atrevió a hacer. Se movió. Y se marchó en busca de su amor desconocido. La gente del pueblo se quedó asombrada al despertarse el 25 de Diciembre y no encontrar el árbol, y se pusieron a buscarlo. Un niño pequeño encontró una de las bolas de cristal que lo habían adornado, otra niña halló una estrella. Y así fueron siguiendo el rastro de adornos hasta las afueras del pueblo.
Ahí encontraron el árbol, como si alguien lo hubiese arrancado y arrastrado hasta ahí, dejándolo tirado en el suelo. Rápidamente, lo plantaron en el suelo para evitar que muriese del todo.
El árbol sobrevivió, pero no logró su objetivo y jamás volvió a tener su anterior vigor. Pero tampoco estaba triste. Ahora sabía que podía andar, aunque al poco tiempo muriese.
Curiosamente, en el pueblo se instauró la tradición de ir el 25 de Diciembre bajo el árbol y celebrar una reunión con algo de comida y música. Y de vez en cuando, alguien de los que se apoyaban en él notaba una sensación de paz interior y se le dibujaba una sonrisa. Y más de vez en cuando todavía, alguien juraba que había podido entender entre los susurros de las ramas una voz que decía: "Bueno... al menos he sido libre".


Original LifeStyle os desea
FELIZ NAVIDAD

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