miércoles, 29 de agosto de 2018

La leyenda del peregrino de la piedra

Cuentan las viejas lenguas muchas historias en el Camino, pero no todas las leyendas vienen de antaño. Al recorrer los kilómetros peregrinando a Santiago, el viajero incrédulo se enfrentará a sus recelos y prejuicios, abriendo los ojos del alma a una realidad abstracta que se escapa entre los dedos y, tras un breve instante de suspenso, desaparece en una leve carcajada. Este es uno de esos cuentos modernos, absurdas habladurías que no por ello son menos ciertas por la certeza que les otorga la fe de la autora.

Hace no tanto tiempo, en las áridas llanuras de la Meseta Castellana, un autoproclamado peregrino recorría indolente el sendero que le llevaría hasta el apóstol. Obviando las miserias del polvo, el calor y el agotamiento, había tratado de evitar al máximo las incomodidades inherentes al camino, utilizando en varias ocasiones un autobús para sortear áreas industriales, contratando un servicio de recogida y transporte de mochila y atajando cuando la etapa se hacía demasiado larga. Aún así, como bien sabe todo valiente que se haya embarcado en este tipo de empresas, cada día llegaba cansado y sudoroso al refugio de peregrinos, guardando sus últimas fuerzas para montar en cólera si no encontraba el lugar enteramente a su gusto. No era rara la ocasión en la cual negaba su donativo al lugar a causa de encontrar la cena comunitaria escasa o sosa, o por haber tenido que soportar los ronquidos de algún otro caminante.

Aquel día la etapa había sido especialmente exigente. Paso tras paso, la Meseta parecía crecer frente a él en lugar de hacerse más pequeña y el sol brillaba impasible sin apiadarse lo más mínimo de los que se atrevían a desafiarle. El peregrino, bien provisto de agua y protector solar, apenas dirigió la mirada a la figura que se veía a un lado del camino, un bulto agazapado bajo algo que sería osado llamar sombra, pero un gemido le hizo reducir la marcha.

- Por favor, señor, por favor, necesito su ayuda...

Tras vacilar un momento, el hombre se paró y desanduvo los escasos metros que le separaban del origen del sonido. Un peregrino de edad indefinidamente avanzada yacía sobre un macuto gigantesco adornado con una única vieira blanca, a su lado se encontraba un cayado nudoso de madera y unas botas destrozadas descoloridas por el sol. El viejo habló con lágrimas de dolor resbalando por su rostro:

- Tengo que llegar al próximo albergue, está solamente a un kilómetro, pero no soy capaz de cargar conmigo mismo y con mi mochila. Tengo ampollas en los pies y las piernas no me sostienen más. Por favor, ayúdeme a llegar...

El peregrino se alarmó, seguro de que el viejo intentaba aprovecharse de él de alguna manera.

- Lo siento, viejo, pero no puedo hacer nada por ti... estoy cansado y quiero seguir un poco más, no puedo parar en ese albergue.

- Por favor, señor, solamente es un kilómetro, sé que para usted eso no va a suponer mucho y para mí es todo... vengo desde Saint Jean Pied de Port cargando con mis pecados y prometí llegar para limpiarlos, pero no puedo hacerlo solo.

- Viejo, eso debiste pensarlo antes de venir con esa gran mochila. Mira, puedo llamar un taxi que venga a buscarte, pero he pagado mucho para no tener que llevar peso y poder cumplir con mis etapas previstas. No, lo siento, pero es imposible. Ahora debo seguir o no llegaré a tiempo a mi destino.

Sin escuchar más los ruegos del viejo, el turigrino continuó caminando resuelto, convencido de haber actuado correctamente. Sin embargo, al llegar al siguiente albergue, un cansancio tremendo se apoderó de él, obligándole a parar. A duras penas llegó hasta la puerta y la abrió, entrando a la fresca oscuridad del interior. La hospitalera le comentó que solamente les quedaba la cama reservada a personas con movilidad reducida y que a él, al no llevar mochila, no le estaba permitido pernoctar.

- Si yo sí que tengo mochila... me vi obligado a abandonarla por el camino pensando en recogerla mañana pero, si es realmente necesario, puedo ir a por ella.

En efecto, el turigrino, jadeando por el esfuerzo, volvió al lugar donde había visto al viejo y encontró la mochila ahí abandonada. Miró en todas direcciones, pero no encontró a nadie, así que tomó la mochila y, cargándosela a la espalda, emprendió el regreso. No bien hubo dado un par de pasos cuando el cielo se oscureció y un trueno retumbó ensordecedor frente a él.

"HAS CONTAMINADO MI CAMINO" 

El turigrino, asustado, soltó la mochila y trató de escapar, pero ya era demasiado tarde. El que parecía un viejo se apareció ante él, revelándose como el mismísimo apóstol Santiago y, enfurecido, le habló con la voz de las miles de personas que habían recorrido esos parajes.

"Con tu pereza y tu egoísmo contaminaste mi Camino; tu propia inquina te ha condenado. Vagarás por esta senda cargando con tu penitencia hasta lograr tu redención"

Dicen las nuevas lenguas, las que recorren los caminos centenarios, que cuando se está haciendo una etapa especialmente larga, especialmente dura, es posible encontrarse con el antiguo turigrino. El infeliz, desprovisto de toda mochila o equipaje, camina agotado cargando con una pesada piedra desde Saint Jean hasta Santiago de Compostela. Allí deberá dejarla y hacer todo el Camino a la inversa, tomando otra piedra y llevándola de nuevo al final, así hasta poder construir una catedral que emule en tamaño y forma a la del apóstol. Y añaden que, hasta que no cumpla con su cometido, no hallará el eterno descanso de la muerte.

Si te cruzaras con el peregrino de la piedra no has de temer, se cuenta; solamente dedícale un pensamiento de compasión y prosigue hacia tu destino. Sé humilde, amable, compañero. Al fin y al cabo, la vida es el Camino.



1 comentario:

Unknown dijo...

Es muy bonita la nueva vieja leyenda del peregrino errante. Me gusta mucho.